La historia de los ánodos de carbono comenzó en 1888, cuando los primeros ánodos prebakeados—hechos de carbón vegetal y prensados en bloques—alimentaron las primeras celdas industriales de aluminio en Pittsburgh, EE.UU. Estos ánodos primitivos, con secciones transversales de solo 8–10 cm², sentaron las bases para la electrólisis moderna.
Un avance llegó en 1924 con la invención del ánodo auto-horneado continuo por el ingeniero noruego Carl Wilhelm Söderberg. Esta innovación permitió celdas más grandes y corrientes más altas, dominando la industria hasta la década de 1950. Sin embargo, el resurgimiento de los ánodos prebakeados —impulsado por los avances en el moldeo por vibración y la automatización— marcó un punto de inflexión. Para la década de 1980, las celdas con ánodos prebakeados ya soportaban corrientes de 280–350 kA, y los sistemas modernos alcanzan hasta 500 kA.